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Saludo de Monseñor Julián Barrio a los jóvenes de la PEJ'04

Queridos Cardenales, Arzobispos, Obispos, sacerdotes y miembros de Vida consagrada

Queridos y queridas jóvenes
Queridos Xoves amigos que peregrináchedes a Santiago, benvidos!
Chers jeunes amís, que êtes vénus en pelerins á Santiago, soyez les bienvenus!
Carissimi giovani amici che avete pellegrinato a Santiago, benvenuti!
Dear young friends, pilgrims to Santiago, welcome!
Liebe Junge Freunde, die nach Santiago pilgern seid, herzlig willkommen!
Que el Dios de la esperanza os colme de alegría y de paz en vuestra fe (Rom 15,13). ¡Bienvenidos! ¡La Iglesia Compostelana os acoge con gozo y cariño! ¡También los jóvenes de las Diócesis de Galicia os reciben con alegría y afecto! Mi fraternal saludo a todos, a los hermanos en el episcopado, a los sacerdotes y miembros de Vida consagrada, a los delegados de pastoral juvenil, a los colaboradores en la organización de esta peregrinación y a vosotros queridos y queridas jóvenes.
Habéis llegado con el deseo de encontraros de la mano del Apóstol Santiago con Cristo. Os abrimos gozosamente las puertas de la Casa del amigo del Señor y de nuestro corazón: Entrad por ellas con alabanzas, por sus atrios con himnos. El Señor es bueno. Su amor dura por siempre; su fidelidad por generaciones (Ps 99). Hace quince años miles y miles de jóvenes llegaron también hasta este lugar, siguiendo la estela jacobea, para vivir unos días inolvidables junto al Papa Juan Pablo II que nos proclamaba a Cristo Camino, Verdad y Vida. Ahora en este Año Santo Compostelano queréis acoger el amor y la misericordia de Dios Padre, rezar y reflexionar juntos para asumir el compromiso de ser testigos de Cristo para una Europa de la esperanza.
Traéis vuestra ofrenda de acción de gracias y de súplica, la vuestra personal y la de todos los jóvenes de España y de Europa. A lo largo del camino que habéis recorrido exterior e interiormente, habéis afinado los silencios de vuestra alma que está llena de preguntas. Desde vuestra disponibilidad y generosidad como el joven del Evangelio preguntáis: Maestro, ¿que he de hacer de bueno para conseguir la vida la eterna?, porque sabéis que hacer vuestra la respuesta de Jesús os dará la alegría de hacerle presente en el acontecer de vuestra vida, convirtiéndoos en sus seguidores, testigos y evangelizadores.
Vivís esta hora de esperanza que os hace mirar con confianza hacia el futuro. Tal vez buscáis algo que no sabéis pero que estáis necesitando cuando algunos os dicen que es un error buscar en lugar de gozar y vivir, y cuando os quieren hacer creer que sois peregrinos de una hora que nunca marcará el reloj de vuestra vida. Mientras venías de camino, habéis ido descubriendo huellas de oración y de penitencia, de caridad y de solidaridad, del latir de la gracia de Dios y de la esperanza. Ahora se os llama a hacer surcos en la tierra de nuestra sociedad para sembrar a puñados la semilla del Evangelio que es salvación, verdad, bondad y belleza. También en estos momentos el temor a hundirnos en las aguas agitadas de nuestro mundo se supera con una fe intrépida. Es necesario subir a la barca de Pedro, la Iglesia, que multiplica sus llamadas y signos en nuestra peregrinación hacia la casa de Dios Padre. Esta tarde, junto al sepulcro del apóstol Santiago, al comienzo del tercer milenio del cristianismo, proclamáis con vuestra presencia que Cristo, muerto y resucitado para nuestra salvación, da al hombre luz y fuerzas por su Espíritu y que a través de esta luz la Iglesia ilumina el misterio del hombre y coopera en el descubrimiento de la solución de los principales problemas de nuestro tiempo (cf. GS 10).
Habéis llegado peregrinando desde diversos países y diócesis por los distintos caminos jacobeos. Es posible que estéis cansados físicamente, pero no hay espacio en vosotros para la fatiga espiritual. Como peregrinos de la fe habéis ido descubriendo cada día nuevos horizontes en vuestra relación con Dios, tomando conciencia de todas aquellas cosas superficiales y accesorias que pesan en la mochila de nuestra existencia y de las que podemos y debemos prescindir para caminar ligeros. A pesar de las incomodidades propias del peregrinar la sed de Dios os ha alumbrado para encontrar en El la fuente de felicidad y alegría que manifestáis. En vuestro camino Cristo sale al encuentro como hizo con los discípulos de Emaús, fortaleciéndoos con la fuerza de su Espíritu, pudiendo percibir en vosotros el acontecimiento de un nuevo Pentecostés. Igual que entonces, todos, cada uno en su propia lengua, oímos contar las maravillas de Dios en nuestro corazón.
Al inicio de esta Peregrinación Europea de Jóvenes esta plaza del Obradoiro se hace pequeña para acogeros a todos. El Señor os ha traído hasta aquí para hablaros al corazón. Conoce vuestros interrogantes y sabe de la bondad y generosidad de vuestro corazón. ¡No tengáis miedo al que es el Camino, la Verdad y la Vida! Un día El, al ver la multitud, subió al monte, se sentó y se le acercaron los discípulos. Luego, tomó la palabra para proclamar las Bienaventuranzas que tantas veces hemos escuchado. Bienaventurados, no porque dejaríamos de ser pobres, sino precisamente porque ya lo éramos; no porque iríamos a un reino prometido, sino porque ese reino crecía ya dentro nosotros; no porque dejaríamos de estar oprimidos sino porque nadie podría oprimir nuestras almas ni quitarnos la paz; no porque desaparecerían las lágrimas de nuestros ojos sino porque al dedicarnos a secar las de los otros, las nuestras se volverían ríos de gozo; porque al compartir nuestra hambre, todos tendrían pan; porque al tener los corazones limpios, nos cabría en ellos más amor; y porque al dejar nuestras pequeñas herencias de este mundo, tendríamos por herencia el corazón de Dios.
Después Jesús pronunció las palabras que acabamos de escuchar en el Evangelio de esta celebración: vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo… brille vuestra luz ante los hombres de modo que, al ver vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre del cielo. Estas palabras, brille vuestra luz ante los hombres, cobran una fuerza especial en Compostela pues según la tradición en este mismo lugar el ermitaño Pelayo, en el siglo IX, tuvo una revelación: en la espesura del bosque que aquí crecía, se ven unas luminarias, unas luces o estrellas. Avisado mi antecesor, el obispo de Iria, Teodomiro, acudió al bosque y halló el edículo sepulcral, identificándolo como el túmulo del Apóstol Santiago.
No se enciende una lámpara para taparla con una vasija de barro; sino que se pone sobre el candelero para que alumbre. Esto es lo que ha venido sucediendo desde hace siglos con la aportación de la fe cristiana a la construcción de Europa que se ha encontrado a si misma alrededor de la memoria de Santiago. No puede ocultarse una ciudad construida sobre un monte. Se nos convoca a trabajar por la nueva Europa del espíritu, a ser testigos del Dios vivo, manteniendo nuestra identidad cristiana en la sociedad que nos toca vivir. No debemos escondernos como si ser cristiano fuera algo vergonzante, trasnochado o motivo de marginación. Sabemos que la fe no se impone, se propone, pero los cristianos tenemos también derecho a que se nos respete cuando hacemos una lectura creyente de nuestra realidad.
¡Jóvenes cristianos de Europa! Juan Pablo II nos recuerda que todos estamos llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor. Sería un contrasentido contentarse con un vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. La Iglesia espera de vosotros que seáis los santos del Tercer Milenio. Este ideal de perfección -prosigue el Papa- no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos genios de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno. Por eso, al comienzo de estas jornadas, os invito a reflexionar sobre las consecuencias de vuestro Bautismo para que a través de vuestra vocación específica, seáis sal de la tierra y luz del mundo. Muy poca sal es capaz de dar sabor a todos los alimentos; unas pobres velas son capaces de iluminar la fría oscuridad. Muchos de vuestros amigos y compañeros que viven sin esperanza, necesitan ver vuestras buenas obras, vuestra alegría y vuestro compromiso cristiano para construir la nueva civilización del amor.
Brille vuestra luz ante los hombres, de modo que, al ver vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre del cielo. Europa, hoy más que nunca, os necesita llenos de esperanza. Estáis llamados a ser los Testigos de Cristo para una Europa de la esperanza. Estos días subiréis al Monte del Gozo: desde él se ven las torres de la esperanza que han de guiar vuestros pasos. Caminad llevando la bandera de la paz y de una convivencia serena donde la verdad sea verdad y se respire el aire de la sinceridad, donde la solidaridad sea la moneda corriente, donde todos hombres y mujeres, de cualquier raza o condición, de aquí y de allá sean considerados igualmente hijos de Dios, donde construyamos una Europa sin fronteras, acogedora y solidaria. El Señor igual que a Santiago y a su hermano Juan os pregunta: ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? Queridos jóvenes peregrinos de Europa, poneos en marcha hacia un mundo más joven, hacia un mundo mejor. Escuchad a Dios para descubrir la vocación a la que os llama. Renovad el compromiso de vuestro servicio humilde, sencillo, callado que como el grano de trigo enterrado en el surco, dará fruto abundante. Pido a Dios Padre por medio de Jesucristo que acepte vuestras vidas como una ofrenda permanente de amor y que movidos por el Espíritu Santo seáis testigos de su presencia viva en el mundo. Apóstol Santiago, testimonio fiel y valiente de Cristo, danos la ilusión y la alegría de la fe en su seguimiento. En este nuestro tiempo en que soportamos el peso de la soledad agobiante, nos sentimos heridos por un bienestar no compartido, y padecemos la confusión de la desorientación ética y moral, ayúdanos a mantenernos firmes e inconmovibles en la fe, y a encarnarla en nuestra vida con la misma fortaleza con que tú la viviste y la confesaste con tu sangre. Santa María, Virgen Peregrina, acógenos bajo tu amparo y haz que siempre nos apoyemos en la columna firme y segura de la fe que entregaste al Apóstol Santiago.
Arzobispado de Santiago de Compostela